lunes, febrero 02, 2015

Como viví Uchuraccay hace 32 años


En noviembre de 1982, el presidente Belaúnde y su ministro de Guerra, Luis Cisneros Vizquerra, recibieron al general Clemente Noel Moral, en Palacio de Gobierno, para encargarle la ocupación militar de Ayacucho y la llamada zona de emergencia (Apurímac, Huancavelica), hasta la erradicación del foco subversivo que se desarrollaba en esa parte del país. Ponía en sus manos un contingente de 2 mil soldados y entregaba el subcomando de la intervención al comandante Vega Llona de la Marina, que se hizo cargo de las provincias de Huanta y La Mar.

Cuentan que la reacción de Noel estuvo muy lejos del entusiasmo y que advirtió antes de hacerse del cargo que lo que se le estaba pidiendo costaría muchas vidas, que los militares no son policías y habrán muchos inocentes entre las víctimas. En todo caso, las órdenes no se discuten, y lo que Belaúnde quería en ese momento era acortar el tiempo para apagar el conflicto, aunque el costo humano fuera elevado. Noel preparó sus tropas y el 31 de diciembre todas las provincias de la zona de emergencia amanecieron militarizadas. Guzmán podía decir que había empezado el “baño de sangre”.

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El diario El Observador fue creado por el empresario Luis León Rupp, en 1981, para impulsar una línea crítica a las políticas económicas liberales de Manuel Ulloa, primer ministro y ministro de economía de Belaúnde. Se hizo con gran aarde de recursos. Fue le primer diario íntegramente a color, trabajado con fotocomponedora (antecedente de las computadoras) y con muchas plumas famosas para darle lustre. Sin embargo, en diciembre de ese miso año, Ulloa le hizo sentir su poder a su rival y le intervino el Banco de la Industria de la Construcción que era su soporte financiero.

En marzo de 1982, la empresa editora de el diario El Observador se declaró en liquidación y anunció que pagaría progresivamente los beneficios de los trabajadores. Periodistas y gráficos nos unimos entonces para anunciar que sacaríamos el diario por nuestra cuenta, como una cooperativa (en el marco de la ley de cooperativas) y en salvaguardia de la libertad de prensa. El jefe de redacción, Pablo Truel asumió la dirección del diario y mantuvo la línea crítica a la política económica del gobierno.

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 La continuidad por más de dos años en el mercado, sin capital y sosteniendo una inmensa maquinaria técnica y un largo exceso de personal, es una de esas cosas difíciles de explicar, pero ocurrió. El problema sin embargo se nos empezó a venir por el lado de la sectarización de la línea política (que se emparentó con el APRA de García), el desmejoramiento de la presentación por limitaciones técnicas y la débil atención al fenómeno de la violencia política que se ampliaba frente a nosotros.

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Yo estaba convencido que entre la prensa oficialista que trasmitía el punto de vista de los militares, y la radical de izquierda que actuaba haciendo denuncias sobre violaciones de derechos humanos, cabía un espacio para que El Observador contara antecedentes, contextos y opiniones, que profundizaran sobre el tema. No imaginaba a nuestro diario haciendo lo de los otros, por eso sugerí a Truel que la mejor carta que teníamos era Jorge Luis Mendívil, cronista, escritor y poeta que podía prepararnos buenas historias desde el lugar de los hechos.

Así se organizó la expedición. Truel le pidió a Willy Retto acompañar a Jorge Luis y cuidarle (era un poco mayor). Iban con poco dinero y nunca les enviamos el complemento que les habíamos ofrecido. Una semana después estaban decepcionados por no encontrar una pista suficientemente interesante para cumplir su objetivo. Me lo dijo Jorge Luis al teléfono y le recomendé comprar su pasaje y volver. Pero un día después parecía otro. No había asegurado plata para su regreso, pero estaba pleno de entusiasmo de la misión que iba a cumplir, de la que no me dio ningún detalle.

Había surgido la comunidad de periodistas que marchó a Uchuraccay seguros que traerían respuestas propias a lo que era el centro de la propaganda oficial y de la “nueva realidad” creada por el despliegue del Ejército: que los campesinos se le rebelaban a Sendero y la guerra estaba próxima a terminar. Jorge Luis, Willy y los demás no creían en eso y por eso fueron al encuentro de la verdad que fue también el camino hacia la muerte.

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Los días siguientes, pensé que mis amigos estaban de misión y no tendríamos noticias hasta un cierto tiempo. Ellos ya estaban muertos, pero en el diario no teníamos ninguna sospecha. El sábado 29 de enero, el Fiscal de la Nación aterrizó procedente de Ayacucho y declaró de manera confusa que algunos periodistas estaban en condición de desaparecidos. Pensé en la misión, pero también en la posibilidad de que la noticia no se refiriera a ellos. En la tarde de ese sábado hipercaluroso, yo estaba leyendo cuando llegó a la puerta de mi casa el chófer del diario casi gritando:

-       Don Raúl, han matado a Mendívil y herido a Willy. Vístase rápido. 

Llegue al diario en medio de la conmoción general y la confusión de las noticias. Las rotativas hablaban de una emboscada a los periodistas que había deja muertos y heridos. La versión oficial hablaba de cuatro tumbas en Uchuraccay en las que presumiblemente estaban enterrados los periodistas. Nadie decía porque había que suponer que en 4 entierros hubiesen ocho personas, lo que aparentemente era una información de la zona.

El gobierno ya Fuerza Armada hacían votos porque la anunciada tragedia no se hubiera producido y negaba toda responsabilidad sobre ella. Pablo Truel no estaba en Lima Y pedía a gritos que hubiera una delegación del diario para salir a Ayacucho el día siguiente. Pero nadie quería ir. Se percibía miedo. Salvo el fotógrafo Fidel Quevedo que aceptó ir como un gesto hacia Oscar Reto, padre de Willy. Al final tuve que viajar yo, que estaba a cargo de la gerencia y de mis columnas. Sobre las 8 de noche del sábado cuando todavía no habíamos superado el desconcierto, llegó Grados Bertorini, ministro de Belaúnde y periodista.

-       Todos están muertos, dijo, entre lágrimas y abrazos.

O sea al día siguiente íbamos a Uchuraccay a abrir unas tumbas en las que “posiblemente” estarían los periodistas desaparecidos, pero el gobierno ya sabía lo que había pasado. Y el periodista que era parte del poder prefirió hablar la verdad con nosotros, que seguir jugando a que el goboerno no sbía lo que había pasado.

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El lunes fue el entierro. Pocas veces vi una multitud tan llena de dolor e ira que abarcaba toda la avenida Abancay y llegaba hasta la avenida Grau. Nadie se lo propuso conscientemente pero ocurrió que las consignas contra la muerte, se hicieron poco a poco de izquierda, en contra de la militarización.

 En El Observador, la primera página, hablaba del aprovechamiento comunista de la tragedia. En mi artículo, en cambio, se  decía que el pueblo había entendido que el escalamiento de la guerra nos amenazaba a todos y a la libertad de expresión.  Y añadía  que lo vergonzoso hubiera sido que la izquierda no hiciera sentir su voz, si casi todos los muertos eran de esa tendencia. Así eran nuestras diferencias en esa época, que no impidieron que nos golpearan a todos.

02.02.15

Publicado en Hildebrandt en sus Trece

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nada de "anónimo", soy Ambrosio

Los últimos dos párrafos no tienen desperdicio: don Raúl se retrata y retrata a la izquierda "no combatiente" en la tragedia que, la propia izquierda troglodita en su delirios de la captura del poder absoluto, estaba metiendo al Perú.

Don Raúl "descubre" que no era él, o sus amigos, inmune a ser víctimas, y que era "vergonzoso hubiera sido que la izquierda no hiciera sentir su voz" debido, y esto es lo vergonzoso: porque "si casi todos los muertos eran de esa tendencia".

¿O sea Raúl, si los muertos en Uchurracay fuesen de El Comercio, bien muertos estaban?