domingo, junio 01, 2014

El hombre que no amaba el fútbol

La tarde del domingo 31 de agosto de 1969, alcancé la extraña condición de ser algo así como la única persona en la ciudad y quizás en buena parte del país que no participaba del sentimiento deportivo-patriótico que se había apoderado del resto de mis compatriotas. Miento, éramos dos los que compartíamos la situación. Yo y mi amigo Carlos Sarmiento que salimos sobre las 3 de la tarde de mi casa en Magdalena y caminamos conversando todo el largo de la avenida Brasil, mientras en los hogares peruanos se vivía el drama de la clasificación con Argentina, aquel inolvidable partido que concluyó dos a dos, coronado por los famosos goles de “Cachito” Ramírez a los 52 y los 80, que los argentinos estuvieron a punto de revertir en los 78 y 87 minutos.

Carlos y el que escribe teníamos seguramente muchas cosas que conversar, pero ya no recuerdo ninguna de ellas, salvo que eran temas políticos. Tal vez queríamos demostrarnos que estábamos más allá de cualquier fanatismo. El hecho es que poco después de la cinco de tarde cuando ya estábamos cerca de la Plaza Bolognesi, vimos doblar hacia la Brasil la primera pick up atestada de gente sonriente de todas las edades agitando banderas de la victoria. Luego todo fue un torrente de carros, camionetas y camiones de diversos tamaños, colores y años de recorrido , tocando claxon y transportando todas las personas que pudieran caber dentro, gritando su alegría como si de pronto hubiéramos conquistado la copa del desarrollo. Nosotros mirábamos el jolgorio que nos iba atrapando pero estábamos todavía convencidos que habíamos estado en la actitud correcta de no dejarnos llevar por delirios colectivos.

El 31 de mayo de 1970, se inauguró el Mundial de México, y jugaban Rusia contra el anfitrión, y yo me encontraba de paseo de enamorados en el parque de Chosica y oía por los parlantes de la plaza la trasmisión de los momentos iniciales de la competencia. De pronto un ruido extraño, como un gigantesco crujido nos sobrecogió por unos segundos, antes que la tierra y los cerros empezarán a sacudirse en uno de los minutos más largos de mi vida. Era el terremoto de Ancash que llegaba en uno de sus coletazos hasta Lima y que se sintió con especial fiereza en la montañosa sierra capitalina. De modo que el inicio del mundial al que no le había prestado la atención que merecía, se asoció a las tragedias de Yungay, Huaraz, Chimbote y otros pueblos donde murieron decenas de miles de personas que probablemente estaban mucho más atentas que yo al comienzo de las competencias más importantes del planeta.

Algo de todo esto debió quitarme buena parte de mi original indiferencia y por ello puse un inusual interés en seguir la trayectoria del equipo de Cubillas que con su victoria sobre Bulgaria y luego sobre Marruecos pareció haber hecho el mejor homenaje que podía hacérsele a las víctimas de la desgracia peruana, para caer finalmente con honor ante Alemania y Brasil, donde acabaría el mejor momento del fútbol cholo. Yo por supuesto no hice ningún intento de explicar lo bueno y lo malo de ese famoso equipo y menos intenté participar de las discusiones acerca de si el entrenador Didí se había dejado ganar ante sus compatriotas para no arriesgar su marcha hacia el campeonato. Al final, el Brasil de Pelé, aplastó a la poderosa Italia 4 a 1, así que el Perú no quedó tan mal, después de todo.

Razones de un escéptico


Siempre me he preguntado por mi falta de entusiasmo hacia las vicisitudes del fútbol peruano que incluyen mi escepticismo invencible hacia las selecciones nacionales, mi neutralidad hacia los equipos de casa y la manera como puedo quedar enganchado ante un partido donde conozco muy poco de los protagonistas, como puede ser la reciente disputa de la Champions League entre Real Madrid y Atlético de Madrid, donde sentí la derrota del Atlético como propia.

Las hipótesis que manejo para interpretarme son tres: (a) Que soy muy mal jugador de fútbol desde niño y con mi actitud escapista evito reconocerlo. Puede ser. Todavía recuerdo que en el colegio no me incluían nunca en el equipo, hasta el año en que mi padre me regaló una pelota profesional, con sus paños de cuero y todo. Entonces me reclutaron para jugar aún cuando pocas veces me llegaban lo pases o me gritaran para hacer algún pase decisivo. Esta etapa acabó rápido, cuando otro chico trajo su propia pelota, y yo y la mía pasamos otra vez a suplentes sin mayores esperanzas. Pero hay un montón de malos y malísimos jugadores, como uno de mis mejores amigos que siempre metía autogol cuando le ponían una pelota en los pies, y sin embargo no serían capaces de caminar toda la avenida Brasil cuando se está definiendo la clasificación hacia un mundial. 

(b) Que soy muy poco patriótico y que por eso puedo sentirme tampoco tocado con la posibilidad de que clasifiquemos para el mayor torneo del deporte global y sufrir menos que otros las innumerables derrotas y frustraciones que esto causa entre casi toda la gente que más quiero. Puede ser, también. Pero la falta de patriotismo futbolero que se me imputa, no altera, como se sabe, mi compromiso con causas nacionales en diversos temas como recursos naturales, desarrollo del mercado interno, soberanía y otras. A su vez hay hinchas de los equipos peruanos, que no tienen el mismo entusiasmo con otros temas de interés nacional.

(c) Que no comprendo eso de que el fútbol es un “sentimiento” y no una racionalidad. Puede ser, lo admito. No obstante puedo citar los nombres de tipos muy racionales para todo, que pueden dejar cualquier cosa por el fútbol, o puedo poner muchos ejemplos de mi sentimentalismo que incluso llegan hasta esta nota. En fin, que todo este amor por la pelota perseguida por 22 hombres es una fuerza interior que no admite explicaciones. En cambio si hay una exigencia de explicación hacia los que no sentimos lo mismo.

El mundial al que no vamos


No es que no me conmuevan las ilusiones con las que se inician las participaciones del país en las eliminatorias (ahora clasificatorias), la tenacidad con la que se sigue creyendo que las sistemáticas adversidades podrán ser finalmente revertidas (matemáticamente todavía es posible) y las frustraciones con que se cierra cada una de estas historias. Son rutinas que las he seguido sobre todo porque me parece increíble que cada vez que comienzan no haya memoria suficiente de lo pasado la vez anterior.

Estamos ahora en vísperas de un nuevo mundial y como casi siempre el Perú no es de la partida. Imaginar que países como Ecuador, Chile, Colombia, por no decir los de más estirpe como Brasil, Argentina y Uruguay, van a formar parte del batallón de los mejores del mundo, es sentir sana envidia que compartimos todos. Solo que mi caso  es el de una racionalidad escéptica y el de mis amigos y demás personas un sentimiento que muy pronto se encarnará en un equipo sustituto, algún vecino sudamericano que peleará por nosotros.

Así viviremos un nuevo mundial sin Perú, que será un mundial en todo el sentido de la palabra, con emociones que se percibirán en el rostro de la gente. Y al que no voy a sustraerme como intenté hacerlo hace 55 años. 
                  

01.06.14

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nada de "anónimo", soy Ambrosio

Buen artículo. Narcisista pero en buena prosa. Por un momento me temí que culpe a la DBA y a El Comercio por la ausencia de la selección en el Mundial. No fue así esta vez.