sábado, marzo 15, 2014

Dios y la Alianza del Pacífico

«Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».
Carta al Coronel Patricio Campbell;
Guayaquil, 5 de agosto de 1829.

La semana pasada, Alan García, asistió en Bogotá a un semanario internacional con los expresidentes de Colombia y México, César Gaviria y Felipe Calderón, y se despachó en alabanzas a la Alianza del Pacífico declarándola como la única organización con futuro en el subcontinente por estar basado en el libre comercio, en oposición a otros procesos integradores como Unasur, Celac o Mercosur que acabarían en algún momento. En el clímax de su discurso García dijo además que estaba orgulloso de haber creado la Alianza y que quería ser recordado por ello, a lo que agregó que la obra era tan perfecta que parecía provenir de Dios.

Es decir Dios y García otra vez juntos como en los narcoindultos y nadie más para que responda por sus creaciones. Pero si vamos a buscar la fuente de inspiración de la bendita Alianza, confirmaremos seguramente que no es tan divina. A fines de abril del 2011, el ego colosal estaba muy cerca de dejar el poder y existía una alta posibilidad que la segunda vuelta de junio concluyese con la victoria definitiva de Ollanta Humala, que por entonces era reputado como un amigo del bloque de el Alba (Alianza Bolivariana de las Américas) y casi como un entenado del Brasil de Lula y Rousseff. La Alianza del Pacífico era como decirle al favorito que los aliados eran otros distintos a los que lo habían acompañado en la campaña.   

Ciertamente lo que había en común entre los cuatro países involucrados en la coalición del Pacífico no era ni una historia convergente, ni un comercio particularmente intenso entre las partes, ni identidades culturales que los distinguieran de otros, pero sí que todos ellos tenían gobiernos de derecha que estaban atados por sus respectivos TLC con los Estados Unidos y se sentían incómodos con la hegemonía que los regímenes progresistas y los más ambiguos, como Brasil, mantenían en las organizaciones regionales.

Si Humala se sometió a esta trampa tan obvia es porque no fue sino otro de los eslabones de su transformación en garante del estatus quo. A esto García quizás le llame obra de Dios, ya que le permitió encuadrar a Humala en lo internacional, como lo hicieron el MEF y el BCR en lo nacional, y al mismo tiempo aparecer como opositor y alternativo al actual gobierno.

El futuro de la Alianza del Pacífico es un símbolo de que Estados Unidos sigue mandando por lo menos en una parte del subcontinente y puede oponer a los que reclaman autonomía y soberanía, el bloque de los que se sienten orgullosos de la subordinación. Por cierto que como esto es una pelea política, depende mucho de la orientación que mantengan los gobiernos dentro y fuera de la Alianza, para que no se debilite y eventualmente pueda crecer.

Por eso las peleas electorales se han hecho ahora mucho más fuertes que antes. Ya se vio en México en el que después de intensas tensiones finalmente se impuso Peña Nieto que ha sido casi una copia literal de su antecesor. Y falta ver si el discurso izquierdizado de Bachelet la acerca más a América Latina y la aleja de los Estados Unidos, lo que podría resentir la Alianza. En Colombia todavía parece que las opciones son derecha-derecha (Santos contra Uribe), que es también como se están preparando las cosas en el Perú con vistas al 2016.

De Unasur a la Alianza del Pacífico


La Alianza del Pacífico, no por nada que tenga que ver con Dios, se armó de la noche a la mañana, sin ninguna historia previa que anunciara este proyecto, ninguna corriente dentro de cualquiera de los cuatro países que empujara en esa dirección y sin la más mínima consulta o participación de la población. García se jacta de haber sorprendido a todos con su idea, no obstante que si se le mira bien se entenderá que está en la misma lógica que presidió todos los actos de su segundo gobierno. Si en los 80, pretendía ser el populista alzado contra el derechismo del segundo gobierno de Belaúnde, en los 2000 era el presidente de los ricos y de las grandes inversiones. Igualmente si en su primer gobierno alzó la bandera de Panamá en Palacio, contra la invasión imperialista al país del Istmo, en su segundo gobierno fue un lacayo de Washington contra Venezuela y el progresismo latinoamericano, sin la menor vergüenza.

En el 2005, un año antes de la elección de García, nuestros países asistieron a un hecho que se hubiera considerado imposible unos años atrás. En Mar del Plata una combinación de movilización social de argentinos y activistas de distintos países, con la intervención de los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez, Argentina, Néstor Kirchner, y Brasil, Lula Da Silva, puso punto final al intento de Washington de alinear a todo el continente tras suyo a través del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), el gran TLC que nos convertiría en su mercado trasero. Fue el momento culminante de un largo proceso, que nadie lo inventó en sus horas de soledad y que no nació de la inspiración de algunos gobiernos sin pueblo, sino que estuvo marcado por incontables movilizaciones.

Fue una de las primeras derrotas de la globalización hegemonista y de ahí sobrevino en poco tiempo el nacimiento de Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas) el 2008, y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) Celac, en el 2010. Ambas entidades tenían una razón de ser evidente, buscaban salir del esquema de “departamento de colonias” que siempre fue la OEA, donde se imponía la voluntad del gigante del norte, y otorgarle una presencia propia a nuestros pueblos en América y en el resto del mundo. La fuerza del movimiento fue tal que arrastró a los gobiernos derechistas junto a los izquierdistas. El concepto de integración adquirió un nuevo sentido al de mercados abiertos e inversiones extranjeras, sin política internacional y movilización de los pueblos.

La Alianza del Pacífico es una escisión alevosa para quebrar nuevamente el sueño bolivariano de unir a nuestros pueblos .

15.03.14

Publicado en Hildebrandt en sus Trece

1 comentario:

Jorge Santiago Ruiz dijo...

La América de habla española es una NACIÓN dividida por el imperialismo anglosajón desde hace 200 años. Nuestro destino histórico es unirnos de nuevo en un solo Estado soberano, porque ya fuimos una poderosa unidad llamada Reino de Indias, dentro de la Monarquía española, durante tres siglos, y compartimos en común un origen político, una historia, una tradición jurídica, unas creencias, una cultura y un idioma, y, por tanto, sólo podemos tener un destino: unirnos de nuevo. No importa cuántos obstáculos, humanos, materiales, políticos, etc., haya en el camino. No hay más futuro que la unión. Debemos recuperar la grandeza perdida de Hispanoamérica, debemos volver a tener una moneda propia (como lo fue la onza castellana de plata o real de a ocho o peso fuerte hispano de la época virreinal, que era la moneda más usada en el comercio transpacífico, usada incluso en China, Japón, India y Filipinas... país este último con el que es urgente restablecer los lazos históricos y en el que hay que reintroducir el español para dar fuerza y consistencia a nuestra hermandad). Sólo la soberanía completa del mundo hispano traerá a este fuerza, seguridad y prosperidad. Viva Hispanoamérica. Triple W punto hispanoamericaunida punto com