domingo, febrero 12, 2012

Justicia psicológica

En estos días hemos comprobado que para algunos jueces la justicia debe castigar el perfil sicológico del acusado, antes que sus actos concretos. Es lo que ha pasado con la sentencia de Abencia Meza que se inspira en un informe que consigna que la personalidad de la folklorista es fría, agresiva y que no reaccionó adecuadamente a la noticia de la muerte de la que fue su pareja. Las demás pruebas son las versiones contradictorias de Mamanchura que al final no dejan sino la idea de un pobre diablo vengándose del despido de su patrona y embarrando con su crimen a todo al que podía alcanzar en la volada, y testimonios de personas que después de declarar contra la acusada iban afuera del tribunal para hacer barritas para que la condenen.

El caso tiene además relevancia porque el “perfil” a lo Abencia se repite con la chica Bracamonte, de la que se dice que es fría, soberbia y calculadora, pero a la que se la tiene dos años presa sin evidencias sólidas, junto a otra joven cuyas culpas son su relación íntima con la acusada y aparentemente haber recibido favores de ella. Y puede, si se quiere, extenderse el tema hasta lo que le ocurre a Rosario Ponce donde ni siquiera hay elementos para hablar de crimen, pero ya hay un juicio mediático y una fuerte corriente de opinión en su contra, lo que no augura nada bueno si el asunto llega al Poder judicial.

Puede decirse algunas cosas más: el famoso “perfil” que está siendo sancionado por la justicia, los medios y cierta tribuna que presta primera atención a estos temas tiene que ver con asuntos de género (suele ser una censura a determinado tipo de mujeres), de orientación sexual (lesbianas o demasiadas parejas y excesivamente explícita en contar sus experiencias) y de conducta ante sus juzgadores formales e informales (actuación fuera de libreto). Lo increíble es que el prejuicio contra estas mujeres fuera del patrón usual se refleja en otras mujeres incluidas juezas que son capaces de resolver que tal o cual manera de ser presume la culpabilidad respecto a un crimen determinado.

En las historia de las muertes de Miriam Fefer y Alicia Delgado, los ejecutantes son hombres que han confesado sus crímenes y precisado sus móviles. Pero los fiscales y los jueces no les creen. Mejor dicho les creen que son asesinos, pero no que mataron por decisión propia, sino que tuvieron un autor intelectual (como si se requiriera alguna planificación y dirección intelectual para agarrar a cuchilladas a alguien con un arma sacada de su propia cocina), y que ese autor o instigador seguramente es una mujer.

Normalmente no tengo ningún interés en temas policiales y penales, pero no puedo dejar de advertir el grado de indefensión que representa la existencia de una justicia psicológica en la que la censura social sobre cómo somos se traslada a la sentencia. Miren el barbarismo: el holandés sicópata que mató a la chica Flores para robarle y que admitió su crimen, recibe una pena inferior a la folklorista a la que no han logrado mover de su versión de que no tuvo que ver con la muerte de Delgado. Lo que está pasando nos amenaza a todos.

El poder de condenar concedido a los jueces, se ha vuelto un peligro para toda la sociedad y especialmente para las mujeres independientes.

12.02.12
www.rwiener.blogspot.com

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