domingo, junio 12, 2011

Papá está de moda

GABRIELA WIENER

No estoy acostumbrada a ver ganar a papá. Desde que tengo memoria, Papá siempre ha estado del lado de los perdedores y ya sabemos que los perdedores en el Perú siempre han sido los mismos, los que menos tienen. En mis 35 años de vida, la izquierda en la que militó mi padre jamás ha sido gobierno, y estoy hablando de los años en los que a mi país le ha pasado de todo; será por eso que he oído muchas veces que la izquierda peruana o no tiene la culpa de nada o tiene la culpa de todo.

En todo este tiempo en que la izquierda no estuvo, mi padre ha enarbolado su propia bandera, le ha plantado cara al poder ¬-mientras muchos de sus ex compañeros se enrolaban en causas que traicionaban sus ideales primordiales-, y ha sido, sobre todo, una presencia incómoda para los que lo han ejercido: escribiendo libros, formando grupos de discusión, dando charlas a los jóvenes, fundando periódicos, firmando columnas combativas, señalando con el dedo a los cretinos y a los vendidos.

Todos los presidentes del Perú han sido sus archienemigos y algunos de sus decenas de libros llevan títulos como Bandido Fujimori o El presidente mentiroso o La soledad política de Alan García. Yo siempre he estado especialmente orgullosa de su consecuencia en política y ni en mis épocas más apolíticas, cuando más cínica y postmoderna me sentía, cuando más escéptica me mostré ante sus ideas y mis amigos hablaban de “el termocéfalo de tu padre”, dejé de pedirle que me explicara el Perú, que me lo contara a su manera.

A Papá siempre lo ha movido la crítica y el descontento por las profundas desigualdades que subsisten en este país, aunque las cifras macroeconómicas tengan felices a unos cuantos que han vendido el país en peso. Y ha sido, antes que nada, un incansable perseguidor de Ratas. Y, como se sabe, los cazadores nunca bajan la guardia, ni sonríen cuando disparan. Por eso es extraño verlo, en esas horas previas, tan eufórico y confiado. Ver a mi padre tan ilusionado, él que nunca ha ganado una elección, me hace temer lo peor, y lo peor para mí es que gane Keiko Fujimori, la hija del hombre que está preso por violaciones de los derechos humanos y por atentar contra nuestra dignidad como seres humanos. Mi padre nunca ha ganado, ¿por qué ganaría ahora que milita al lado de la causa de Ollanta Humala y ante un rival acostumbrado a ganar gracias a un repugnante historial de clientelismo y fraude que es el fujimorismo reeleccionista y su dinastía de la impunidad? Temo en primer lugar que, si mi padre pierde, perderemos todos, pero como es mi padre, me preocupa aún más que se venga abajo, que vea frustrados sus enormes esfuerzos detrás de un pequeño periódico como La Primera, que ha sido clave en esta lucha y al que hasta Vargas Llosa ha terminado citando en su Piedra de Toque. Temo en suma que rompan sus ilusiones, las mismas que yo comparto, después de recibir desde mi relajada vida en Barcelona, correos, cartas, youtubes y reflexiones suyas sobre una de las campañas electorales más sucias que se recuerden contra un candidato (Ollanta fue atacado por la suma de los empresarios, el prelado de la iglesia católica, los grandes medios de comunicación y hasta del presidente Alan García) y en la que evolucioné del miedo a la duda, y después a la convicción de que un ex militar metamorfoseado en líder como Ollanta tenía que ser presidente. Así lo quería esa parte del país marginada de ésta y de todas las bonanzas.

Conforme se iba configurando el panorama de la segunda vuelta, Ollanta se convirtió en el único candidato capaz de proponer un gobierno de concertación nacional, que reuniera a fuerzas políticas diversas pero unidas en su idea de frenar el avance del fujimorismo autoritario y ladrón, y que creyeran en el cambio necesario hacia una economía con inclusión social, aunque le pese a la Bolsa de valores.

Me temo lo peor, decía, pero de pronto, he visto a Papá, que decidió su voto por Ollanta en el 2006 -cuando ese mismo candidato perdió ante Alan García, absolutamente seguro de que ese hombre que ha ofrecido una esperanza a los grandes ninguneados de la historia, ganará. No lo duda ni un segundo, no tiene ninguno de mis comprensibles temores.

La relación padre-hija ha sido una de las constantes de estas elecciones peruanas. Lo ha sido en el caso de Keiko Fujimori, que asumió la tarea devolver a su padre al poder, haciéndose acompañar torpemente por los mismos tipos viles que fueron gobierno junto a su progenitor. También la figura del padre ha estado presente como un halo en el horizonte del candidato Ollanta, cuyo padre es un autodenominado etnocacerista que irrumpió en la política al mismo tiempo que su hijo, con un discurso nacionalista incendiario, militarista, rabiosamente racista y homófobo. Ambos, de distintas maneras, y en el caso de Keiko más tarde que pronto, han procurado distanciarse del discurso del Padre para aspirar a la presidencia. Alguien bromeó diciendo que si tuviera que elegir entre ser hijo de uno u otro de los padres de los candidatos, no dudaría en declararse huérfano. Ninguno de los candidatos, sin embargo, negó a su padre. Un padre es un padre. Mientras Ollanta afirmaba querer mucho al patriarca Humala sin estar de acuerdo con él, Keiko apuró un dudoso deslinde de Alberto Fujimori conforme se acercaba la gran final, pero fue imposible creerle a una hija que sólo hace un año había vitoreado la inocencia de su padre y asegurado que de llegar al poder indultaría sin pensarlo dos veces a alguien ya condenado por crímenes de lesa humanidad.

Ya no con la inocencia de mis 6 años, cuando lo seguía a las manifestaciones con mi bandera roja de la-izquierda-unida-jamás-será-vencida, sin saber exactamente cuál era el significado de nuestras proclamas, pero sí con exacta devoción, he seguido a Papá desde mi llegada de España un día antes de las elecciones del último domingo, haciendo de copiloto en su viejo Toyota, pegándome a sus espaldas como un chicle, siguiéndolo como una biógrafa espontánea, acompañándolo a La Primera, al local de Ollanta, a la radio. Y al final de la larga jornada, he visto asomar su cabeza en el estrado al lado de los ganadores de las elecciones, junto a muchos de sus ex compañeros de militancia izquierdista en los 70 y 80s, junto a otros de posiciones de centro-derecha y hasta de la derecha liberal, todos ante la masa anónima que celebraba anhelante el triunfo de Ollanta a última hora del domingo en la plaza Dos de Mayo, sólo para confirmar que “Papá está de moda”.

Me he apropiado semejante eslogan de la campaña publicitaria que está haciendo un importante centro comercial (de esos que últimamente están boyantes de créditos de consumo en Lima) por el próximo Día del Padre. Papá está de moda en mi vida, sí, pero en realidad Papá siempre es un must en mi vida, aunque no esté acostumbrada a verlo ganar. Hoy, que muchos de los que apostaron a última hora por Ollanta y le entregaron su “voto vigilante” -grupo en el que me incluyo-, en lugar de celebrar recuerdan sus compromisos al nuevo presidente, yo, siendo absolutamente sincera, tampoco celebro el triunfo de Ollanta: celebro el triunfo de Papá, que suelta esta frase al volante, conmigo aún de copiloto: “Yo jamás les hubiera pedido a ustedes que sacaran la cara por mí, como hizo Fujimori con la pobre Keiko”. Y yo me río y miro hacia adelante.


Publicado en 07 junio 2011

2 comentarios:

Marcela dijo...

Felicitaciones Gabriela por sacar cara por tu padre. Eres una hija tan “termocéfala” (así te dirían tus amigos) o mejor dicho “corazón caliente” como lo somos de los pueblos originarios (por ejemplo los quechuas, aymaras, moches, asháninkas, etc.), aunque hay una pequeña gran diferencia. Tu adhesión es a medias: celebras el triunfo de tu papá pero no el triunfo de Ollanta, y eso es como no celebrar nada.

Y los pueblos andino-amazónicos, aquellos millones de peruanos que elegimos mayoritariamente a Ollanta, no son “los perdedores” o “los que menos tienen” como consideras. Esto es lo mismo decir que son “ciudadanos de segunda categoría”.

César Rodríguez dijo...

Celebra la mitad del Perú que quiere más igualdad e inclusión;celebra la Izquierda que por primera vez llega a la presidencia a través de las elecciones.

Celebramos los excluidos, los "antisistema",los ciudadanos de segunda categoría (a mucha honra); los que no tuvimos miedo, mas bien, esperanzas; los que creemos en la dignidad antes que en los bolsillos.

Celebran las hijas orgullosas de su padre (aunque una esté deprimida por su derrota, lo cual irónicamente festejamos). Y celebramos tus amigos Raúl, los que siempre hemos admirado tu coherencia y valentía, los que leemos con estusiasmo tus artículos y libros, los que tienen la efectividad de un buen ratacida; los que con orgullo te vemos salir más seguido en la tele porque -por acto de justicia- tu inteligencia certera es reconocida cada vez más, capacidad que sabemos, has transmitido genéticamente.

Celebremos pues, ya que los Wiener están de moda. ¡Felicidades Raúl!