martes, julio 18, 2006

El Perú del TLC

Los amigos del TLC han apostado que en el Perú de los siguientes años habrá dos clases de personas: (a) los exportadores, incluidos los miembros de la cadena exportadora; (b) los compensados, que van a recibir alguna forma de ayuda cuando puedan demostrar que sus pérdidas son consecuencia del acuerdo. Desde hace casi tres años el gobierno de Toledo ha asumido la representación de los primeros, como si se tratara del país en su conjunto. El APRA ha querido matizar insistiendo en que las compensaciones sean adecuadas, aunque nadie sepa lo que eso pueda significar en términos de grupos sociales y montos a pagar.

Pero tal vez, los que así piensan, estén perdiendo de vista a otros componentes de la futura estructura social: (a) nuevos cocaleros que bajarán de la sierra a la ceja de selva, para buscarse un ingreso; (b) nuevos trabajadores precarios en la ciudad, taxistas y mototaxistas, vendedores ambulantes, limpiadores de automóviles, etc ; (c) comuneros de sierra y selva desplazados por actividades mineras, extracción de hidrocarburos, deforestación, cambio de curso de las aguas, etc.; (d) emigrantes al exterior que no encuentran lugar en su propia patria. No sé si nos van a decir que estos ya existían, que todo ajuste tiene su costo y que de nuevo vamos a tener que esperar el chorreo de los beneficios. Pero lo que quiero enfatizar aquí es que todo depende del ángulo en que estemos para saber de qué país estamos hablando.

¿Hay alguna posibilidad que los factores extra-modelo reseñados se reviertan, se reduzcan o atenúen, por la magia del TLC? ¿O por el contrario van a crecer como patologías propias del desarrollo moderno, abierto al exterior y desequilibrado internamente? Si se observa bien, los aspectos llamémosles “positivos” del Tratado: aumento de exportaciones, atracción de nuevas inversiones, cambio de giro de predios agrícolas y empresas industriales; se han cumplido en un alto porcentaje, como efecto de las reformas económicas de los 90 y de la vigencia de ATPDEA. Sin embargo son muchísimas más personas las que no han encontrado ninguna ventaja en estos elementos y han sufrido más bien un deterioro de sus condiciones de trabajo y vida en el mismo momento en que se disparaban las cifras de exportación.

Lo que hay que considerar ahora es que el TLC, significará efectos de sentido inverso, que antes no habían: importaciones de por lo menos el 80% de los productos que oferta Estados Unidos al mundo entrarán sin aranceles desde el primer día, ocupando el espacio de productos nacionales equivalentes (alimentos, prendas de vestir, medicinas, etc); el reclamo de protección de marcas será taxativo; la posibilidad de modificar contratos de inversión estará descartada; la capacidad de producir políticas públicas para orientar el proceso de desarrollo quedará eliminada. ¿Cuál será el costo añadido de todo esto? ¿Qué puede ofrecer el Estado –aparte de discutibles compensaciones agrarias-, para los que van a quedar sin trabajo, cerrar su pequeña o microempresa, abandonar tierras, etc.?

La necesidad de convencer al país de la bondad esencial del Tratado con Estados Unidos ha deslizado una enrome cantidad de falsedades de las que va a ser muy complicado bajarse. Por ejemplo que del ATPDEA y del TLC dependían un millón 300 mil empleos que no podrían reubicarse sin estos mecanismos. Esto significaría casi un 20% de la PEA, en un país donde el 52% del trabajo lo proporcionan las PYMES y otro 26% se ubica en el sector agrícola. ¿Cómo caben tantos empleos exportadores? Revisemos cifras: (a) sector minero 80 mil trabajadores; (b) sector pesquero 45 mil trabajadores; (c) sector agro-exportador 60 mil empleos; (d) sector manufacturero 73 mil trabajadores (42 % textiles y 26% alimentos). Todo lo cual suma, groso modo, 258 mil puestos, en toda la actividad exportadora (tradicional y no tradicional), de los cuales menos de la mitad son beneficiarios de programas especiales de ingreso a otros mercados liberado de aranceles (Sistema General de Preferencias, ATPDEA y otros) El empleo conectado a las ventas a Estados Unidos es, sin duda mucho menor. Y nadie puede decir que todo el paquete depende del nivel arancelario y no de su calidad para generar una demanda propia. Igual se puede decir de la cantidad de hectáreas sembradas en nuevos negocios de agroexportación, que ha sido inflada escandalosamente, como lo explicó el presidente de Conveagro (se habla de 400 mil cuando son sólo 10 mil). En todos los casos el método ha sido confundir promesas y anuncios con realidades, exportaciones totales con las dirigidas a Estados Unidos, tradicionales con no tradicionales, beneficiarios de otros programas con los de ATPDEA y el TLC.

La confusión instalada es tan fuerte que hay muchas personas de buena fe que repiten cifras de supuestos beneficiarios que carecen de todo sentido. Para empezar, no va a haber ningún salto dramático entre lo que se vendía vía ATPDEA y lo que se hará con el TLC. Hemos tenido vigente una lista de más de 5 mil 500 productos que podíamos ingresar sin arancel en Estados Unidos desde 1994 (en el 2002 se incrementó la lista hasta más de 6 mil; 80% de las partidas nacionales), de los cuales se ha llegado a hacer uso en una pequeña cantidad de productos, como confecciones textiles; espárragos, mangos, uvas y cebollas; calamares, langostinos y conservas de pescado; que representan no más del 15% de la lista autorizada. Esto por nuestra propia limitación de oferta. ¿De dónde va a haber un empuje rápido e intenso de la exportación que pueda contrarrestar el efecto de la explosión de importaciones desde el primer día?

La gran ilusión del TLC es que por su tamaño, el mercado estadounidense sería casi infinito y la cosa en la que deberíamos concentrarnos es la de forzar que todos, o casi todos, busquemos nuestro sitiecito en esa inmensidad. No se toma en cuenta el grado de competitividad de ese mercado al que llega todo el mundo, el elevado número de TLC ya firmados por los yanquis que elimina la ventaja, el peso de las compras locales en el consumo promedio de los norteamericanos, el poder de Estados Unidos para manipular las reglas y los contratos. En el intercambio con la potencia del norte ellos nos venden tecnología, productos industriales y alimentos; y nos compran materias primas y productos de bajo valor agregado. Ellos nos exportan capital y nos compran naturaleza. La capacidad de los yanquis de colocar sus excedentes es ilimitada, sobretodo tomando en cuenta el tamaño de nuestro mercado. Pero, por la inversa: ¿cuánto se pueden presionar los recursos del país, la tierra, el agua, las reservas mineras y energéticas, los bosques, los mares, sin producir efectos sociales y ambientales muy dañinos?

El nuevo escenario de inversión, que es el verdadero plato de fondo del TLC, está marcado también por otro mito: que toda inversión es buena y mientras más sumemos cantidades invertidas, eso se reflejará en el producto, la tributación y el empleo. Esto obliga de un lado a revisar la lista de lo que se considera inversión que incluye muchos más rubros que la creación de nuevas actividades: privatizaciones y concesiones de empresas y servicios existentes, traspaso de unidades de negocios, valores financieros, deuda externa, etc. Todas bajo el manto protector de intocables, que establece el TLC. Pero además se debe enfocar el asunto en si toda inversión extractiva de recursos naturales es, necesariamente, la mejor opción. Esto debe verse desde el lado de su impacto en las actividades existentes (agricultura, pesca artesanal y otras), sobre el ambiente y las condiciones vida de la población. Pero cuando rige el criterio de que mientras más grande la inversión, mejor; que entre minería y agricultura siempre hay que escoger lo primero, para ser modernos; que el ambientalismo es un pretexto; etc., se obtienen resultados que se han empezado a ver en el Perú en los últimos años y que se acelerarán violentamente con la bandera blanca que ha sido entregada al TLC.

A tantos que les preocupa el voto del sur, de la sierra y la selva, porque están descubriendo que ya no influyen con sus medios en las decisiones de la población, les debería interesar mucho más el desafecto profundo de los pueblos con las grandes inversiones que ocupan sus territorios, que las obras sociales y “compensaciones” que puedan ofrecerles. Si no, no van a entender nunca lo que para estas personas significa la necesidad de cambio de modelo. Pero el TLC es como decir que en un país donde casi la mitad voto claramente por modificar radicalmente la regla de que la inversión y los mercados exteriores decidan por nosotros, y por lo menos la mitad de la otra mitad votó porque haya una reforma de lo mismo (“cambio responsable” del APRA), lo que se hace a continuación de las elecciones es darle la razón a la cuarta parte que se manifestó por el no cambio y poner las camisas de fuerza necesarias para burlar la voluntad transformadora. Y después dicen que esto es democracia y que todos deben someterse.

Cuando se escucha decir que el TLC debe debatirse desde el lado técnico y no del político, a lo que se ha sumado ya un hasta un “técnico” tan notable como Jorge del Castillo, se me vienen a la mente algunas reflexiones: (a) que no existe ningún estudio de costo-beneficio del TLC, con el cual embarcarse en esta aventura, o sobre el cual se pudiese opinar seriamente. Por lo tanto nos están lanzando la piscina sin una idea de lo que va a pasar; (b) los estudios de los ministerios ordenados por el gobierno para justificar el TLC, dieron resultados desfavorables, como el del ministerio de Salud que dice que las medicinas subirán 100% en seis años, o el de Trabajo que indica que la generación de nuevo empleo será muy baja en relación al que se pierda, aún en el mejor de los escenarios. Frente a ello el gobierno lo único que hizo es encargar nuevos estudios a instituciones como IPE, para defender su posición de firmar sí o sí el acuerdo; (c) nadie conoce el argumento “técnico” de Kuczynski para forzar el cierre del TLC de Perú con Estados Unidos a principios de diciembre, en momentos en que los negociadores de los tres países andinos estaban entrampados en puntos en los que la posición norteamericana se consideraba inaceptable. Si Estados Unidos no varió su posición, ¿por qué PPK se allanó a lo que no se podía aceptar?; (d) ¿Cuánto de “técnico” tenía el sí o sí de Toledo, el 18 de mayo del 2004, cuando partía la delegación peruana a la primera ronda de negociación?, ¿no era acaso la expresión de una voluntad de asociarse a Estados Unidos, sea como sea?; (e) ¿Cuánto de “técnica” tiene la capitulación de García y el APRA en la votación para aprobar el TLC en el Congreso?, ¿no es acaso la devolución del voto del 4 de junio?, ¿que quiere decir que después de aprobado el brulote diga ahora que “revisará” su contenido?, ¿no lo había leído?

El país de exportadores, compensados y extras, con que ensueña el discurso del TLC, sólo podría ser viable si los primeros fueran un número tan grande y su poder de arrastre del resto tan fuerte, como para crear la primera economía mundial que vive enteramente de afuera. Permítanme dudarlo. Sobre todo porque de dos millones de campesinos y agricultores, sólo el 2.7% están en la exportación. Duplicar esto, que sería una hazaña, elevaría el porcentaje a poco más de 5%, unos 100 mil productores. Igual en confecciones: hay más o menos 40 mil en la exportación y más 600 mil confeccionistas PYMES que serán amenazados por las importaciones. ¿Cómo quedará el escenario después de la batalla? El 0.3% de las PYMES exporta. Podemos duplicar, triplicar, multiplicar por diez este porcentaje, lo cual no tiene sentido más que en un lago plazo, sin cambiar la estructura. Pero lo que no se podrá hacer, precisamente por el propio TLC, es meter al Estado a promover y desarrollar sectores para el mercado interno y externo. Nos estamos amarrando las manos para decidir sobre el desarrollo.

Pero hay quienes están muy contentos porque perdieron Humala, los comunistas y los sindicatos, en la votación de los otorongos del 27 de junio. Y exhiben muy ufanos la encuesta tomada en Lima que dice que el 66% de los peruanos aprueba el TLC. ¿No ven que Lima es el Perú?

01.07.06

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